Personajes
Nueve fueron las mujeres condenadas por la Santa Inquisición. Sólo ha pervivido el nombre de María Soliño, de las otras ocho, hasta dónde fui capaz de averiguar, poco se sabe, más allá de que fueron de diferentes capas sociales a fin de disimular las verdaderas intenciones de D. Antonio Pita, comisario de Betanzos y prelado mayor por aquel entonces del Santo Oficio en Galicia, y su bachiller D. Juan Fernández. Así que era evidente que necesitaba bautizarlas.
Como ya tenía bastante claro por aquel entonces gran parte de la trama de la historia que después di en llamar el manuscrito, así como el cumplimiento de la promesa por sus descendientes, no los podía escoger al azar. Tenía que buscar una etimología que estuviera relacionada con el papel que cada una de ellas iba a representar en la historia. Y así surgieron…
Quería nueve musas para nueve meigas. Ninguno de los nombres de las mitológicas, me terminaban de gustar salvo Clío, famosa por sus episodios épicos y Thalía, hija del Dios Zeus, una de las tres gracias, que anunciaba la primavera con sus flores. Precisaba en mi trama a una mujer dedicada a los demás y por descarte recayó en Clío, pues también me parecía una misión heroica el servicio al prójimo. Por otro lado sabía que iba a dotar de cierta sonoridad y poética a la narrativa y que el misticismo de los lugares religiosos, serían propicios a ello. De ahí que Thalía lo transformara en el ángel cantor, a fin de cuentas, la primavera y las flores son una nueva balada después del invierno.
Descubrí los cuatro grados de Goethe: Eva, la vida; María, la elegida, nunca mejor dicho; Sofía, la sabia y Helena, la que ilumina con su luz brillante el camino. Aparte de gustarme mucho, me encajaban a la perfección, como si este clásico lo hubiera previsto para mi novela. Una mujer ducha en medicina me era imprescindible, así nació Eva. María, gracias a Goethe, ya tenía su alías y con él reescribía parte de la historia, pues es aquí cuando cobra toda la fuerza de convertirla en madre de Dios.
También quería una heroína al viejo estilo de espada en mano, una mujer valiente que despejará el camino con su luz… Helena. Y una de mis obsesiones era no hacer de ellas mujeres burdas y aldeanas, sino jóvenes con intenciones y propósitos, acercándose a las capacidades del hombre. Así nació la maestra Sofía, no podía tener otro nombre.
Hasta aquí no había dispuesto un nombre puro gallego y sentí que no solo era conveniente, sino también necesario. Busqué y encontré: Rosalía, la que lleva la alegría y la fiesta de la vida, de facto me apercibí que sería quién organizara al resto, en lo bueno y en lo malo.
Faltaban dos. Sondeé en algún diccionario de nombres y casi al principio del todo apareció Alba, que en latín significa aurora blanca. Me quedé pensativo y me dije, guiará a María a través de las estrellas. Ya tenía astróloga/astrónoma, dando un valor añadido al grupo. Sin más me acordó de una obra de teatro que unos amigos míos habían hecho años atrás para niños y de su protagonista, Nora. No conocía su definición. Indagué, y casualidad: bella como el sol, al nacer el día con el Alba. Quería una mujer, nada más. La había encontrado. En cuanto a las referencias físicas, salvando la imagen y nítida que tuve de María desde que se forjó en mi cabeza, el resto fueron meras improvisaciones a excepción de Clío que es una mezcla de rasgos y gestos de Liza Minnelli y Audrie Hepburn.
Con referencia a nuestros caballeros andantes, Monjes Negros en su inicio, al planificar el esquema de la historia y habiendo decidido que mis mujeres se fueran perpetuando generación tras generación a lo largo de cuatro siglos, no tuve mucha elección en cuanto al número. Así convertí al 9 en mágico.
El capitán no me dio problemas para su elección. Sabía ya bastante de lo que quería contar en la historia actual y quién tenía que ser: José, el carpintero. Pero quise quitarle el acento para hacerlo más cotidiano y para despistar pues no quería que se viera tan evidente lo de José y María. Y como tenía que darle un apellido, y como héroe y soldado valeroso, me encantaba Aragorn, pues sin querer le quite unas letras y así quedó: Jose Argo. Sonaba bien y daba el pego hasta de galán.
Los de sus hombres no tuve dudas: Si mis protagonistas eran María y José, padres de la futura criatura, sus protectores no podían ser otros que los apóstoles, dotando por este lado a la novela de la intriga mística pretendida. Como eran ocho no me quedaba más remedio que escoger entre los doce… No fue complicado tampoco.
Quería a los cuatro evangelistas: Lucas, Marcos, Mateo y Juan. De este modo ya faltaban solo otros cuatro… Judas, no podía ser por evidente. Simplemente por sonoridad escogí Felipe, Andrés y Tomás. Solo Santiago tenía una connotación: Es el patrón de Galicia. Fue también al único que designé su función de forma deliberada, haciéndole el mayor de ellos y el auténtico protector convirtiéndole en policía. Los demás fueron cogiendo las atribuciones según llegaban a la fila. Aunque estas sí que fueran diseñadas por humor de los acontecimientos que se irían desarrollando en la novela, a fin de completar la solidez del grupo en sus viajes por los caminos del Señor.
En relación con los apellidos tanto de las mujeres, como de los hombres, salvo el de María, todos fueron escogidos buscando en las raíces de la etimología gallega antigua, a fin de que cumplieran el requisito de haber sido posibles en la época de la leyenda. Solo la María actual tendría un apellido seguramente más contemporáneo: Nova, que en gallego significa, nueva. De ahí que su abuela para diferenciarlas realmente y poder hacer un juego de palabras travieso, se apellidara Vella, que en gallego significa, vieja. De este modo tenía a las dos Marías: María Vieja y María Nueva o Joven. Esto también me fue fácil pues la madre de María fuera madre soltera y habría heredado el apellido de su padre Pedro Nova, así nuestra protagonista no podía llevar otro apellido que el de su madre, pues en teoría no tenía padre reconocido.
Importante entre las tres mujeres, abuela, madre e hija, fue el hacer posible el escalado cronológico de sus vidas. Me explico. La abuela de María tenía que perder a su marido, así que decidí situar la muerte del mismo con motivo de la Guerra Civil y con algún que otro fusilamiento que hubo en la playa de Rodeira. Ella estaba en cinta de la madre de María, y tenía menos de veinte años, pues por aquel entonces las mujeres se casaban tempraneras. Con este dato situamos el nacimiento de la abuela sobre 1.920 y su fallecimiento con noventa y dos años aproximadamente, edad que por lógico desarrollo de la historia, coincide con la del padre Pablo, algo más joven.
La madre de María nace al final de los treinta, y da a luz a María tarde ya, con cuarenta y pocos años, a principios de los ochenta, lo que sitúa a nuestra protagonista en la actualidad, con unos treinta y pocos años. Si hace ocho años que se fue de Cangas tras terminar sus estudios universitarios, quiere decir que abandonó el pueblo con veinticinco años aproximadamente. Por tanto es posible que era lo que lo que buscaba desde el principio, no tener incoherencias. Así nacieron sus edades y sus inicios.
Inés y Antón son un producto genuino de los derroteros de la propia trama. Surgieron sin avisar… Recuerdo que al terminar el capítulo de los costaleros mi asesora me hizo un comentario perspicaz: Juan, la policía no es tonta. Acababa de morir Felipe y yo lo resolvía con el pobre de Santiago casi como de encubridor, poco menos que de poli corrupto. Evidentemente no podía ser. Así que no me quedaba más remedio que meter en el galimatías en que se estaba convirtiendo la historia, a todo un Juez y más policías… Rápido me percaté que aquello que me haría tener que desarrollar aún más la historia me iba a suponer ventajas por todos los lados. Me venía muy bien la figura de Antón como superior de Santiago, cubriéndole las espaldas, dotando de coartada legal los movimientos del grupo, y además ya que reencarnaba a todos los personajes, ya tenía al hermano de María… En el mismo instante asocié al Juez, como mujer, y futura pareja: Ya que iba a tener que montar una conspiración, qué necesidad tenía que andarme con chiquitas. He aquí a Inés (este nombre se me ocurrió sin más, no tiene historia, lo siento).
Además me daban el juego ideal para redondear la aparición de Esther, la gitana. Hasta ahora no he contado él porque de este personaje que para mí es tan especial. Recién llegado a Pontevedra, aún casi ni me había instalado, una mañana de aquel julio, sentando en un banco del parque de Las Palmeras, se me acercó una gitana ya mayor muy conocida en la ciudad. Me pidió leerme la buena ventura. Algo supersticioso soy la verdad, así que no le dejé. Insistió pues lo que quería era una limosna. Yo le di una peseta. Se puso hecha una furia jurando y acordándose de todos mis muertos. Antes de irse me lanzó su maldición gitana: qué Dios te dé en la vida tanto cómo me has dado a mí… entonces me hará muy rico señora, porque era todo lo que tenía, le contesté ante su sorpresa. Se fue mascullando y dudando de mis palabras que sin embargo eran ciertas. La verdad es que mucha suerte no tuve… no sé si su juramento habrá tenido efecto, algo creo que sí.
En una tierra llena de supersticiones como la nuestra, y recordando medio sonriendo aquella escena de mi vida, decidí crear a Esther, aunque más parecida a la Esmeralda del Jorobado de Notre Dame, seguramente. Además en mi infancia tuve compañeros de colegio de esta etnia con los que compartí pupitre y me pareció una oportunidad única de concederles mis respetos y ponerles en valor. Lo del nombre, igual que la jueza, simplemente me gustó y me pareció apropiado.
Con ella también diseñé la huida final del refugio, así que cómo de su boca salió la palabra marido, pensé que no estaría de más hacerlo entrar en escena. Cuando Sofía muere entendí que había llegado su hora, la hora de Jacobo, como el hijo de Abraham, en busca de la tierra prometida, y por otro lado un nombre relativamente común entre ellos.
Hermano Pablo, padre Pablo. Son la misma persona. Pablo por converso y por nuevo apóstol de Cristo, me lo ofrecía todo. Su forma de ser está impregnada del prior Philip de Los Pilares de la Tierra de Kent Follett, no puedo negarlo. En el fondo hago de los tres sacerdotes importantes de la historia el mismo personaje, él que preserva a María en diferentes lugares y diferentes épocas para llegar a fin con su misión.
Los nombres del padre Francisco y del padre Benedicto, es evidente que los escojo para hacer una simbología final clara con la iglesia actual y los cambios que han acometido y están aún por venir. Pero todo es causal, porque al mismo tiempo la colegiata fue gobernada en sus inicios por una sección de la orden franciscana y la transformación de Al-Aruk en hermano Benedicto se lleva a efecto en el monasterio de San Juan de Poio, por aquel entonces de titularidad benedictina…
Pocos son los datos que hay sobre Antonio Pita, el comisario de Betanzos y prelado de la Santa Inquisición por aquellos años, junto a su bachiller y clérigo, Juan Fernández. Pero tenía que poner nombre real a los que acompañaron a Alonso de Salazar y Frías en el juicio por hechicería contra María Soliño. Y según escritos de la época todos ellos anduvieron enfrascados en tales menesteres. Hay pasajes oscuros de los primeros en años anteriores, así que decidí otorgarles el papel de malvados. Alonso, sin embargo, procedía del juicio anterior en Navarra del famoso caso de las brujas de Zugarramurdi, y su disposición a ser justo. Así que esperando se sepa perdonar mi falta de ortodoxia exacta en la historia, decidí hacer del comisario el auténtico malo de la película y del bachiller el de cómplice necesario que después buscaría su redención. Alonso, en vista de sus antecedentes, me encajaba perfectamente dentro de un papel más equilibrado y digamos políticamente correcto, lo que me garantizaba darle justificación a la sentencia que el personaje histórico y sus ocho compañeras recibieron en verdad, tal como relato. Para sus físicos, me basé en cierto modo en los personajes de El nombre de la Rosa, a excepción de Juan Fernández, cuyo rostro lo copié visualmente de mi amigo Fernando, el librero de Bueu, pues no podía dejarle sin tener un personaje en la novela.
James, el obediente segundo del capitán pirata, está inspirado en el famoso Malatesta de Alatriste, la increíble novela de Arturo Pérez Reverte. No es que se parezcan, pero si es cierto que comparten parte de su espíritu.
Y para terminar, Al-Aruk. Aquí he cometido un pequeño-gran error histórico: El pirata Aruk, más conocido como Barbarroja, es justo un siglo anterior. Como no deja de ser cierto que como flota, la única capaz de acometer con tal magnitud y despliegue de efectivos dicho desembarco de origen turco, era la que creó este berberisco, gobernador de Árgel; espero que los más estrictos con la historia sepan perdonar este mí desliz que acabo de cotejar.
Aruk, junto con su hermano Ilias, fueron los dominadores del mediterráneo y aliados fundamentales del sultán Solimán I. Le modifiqué su nombre inicial por Faruk para darle el significado en árabe del que discierne el bien del mal, y le añadí Al, para que fonéticamente fuera aún más creíble. No utilicé su sobrenombre de Barbarroja, para evitar confusiones al estilo Piratas del Caribe. Y salvo la barba, el resto de los rasgos nacen en mi imaginación. Después me pareció místico añadirle la cicatriz en forma de cruz en la cara, pues tenía claro que lo convertiría en un arrepentido y personaje clave de la historia.